viernes, 2 de abril de 2010
1982
Acabo de llegar Juan. Seguí tu consejo, aunque vine en verano traje mi campera de abrigo, mis botas, la bufanda y los guantes. Tenías razón, hace frío, mucho frío.
Apenas bajé pude ver todo lo que me contabas. Cada cosa. El cielo no es azul, es gris. Limpio, pero gris. El viento permanente, eterno. Puede volverte loco. Si cierro lo ojos y sólo escucho su silbido puedo sentir lo que me describías en tus cartas.
A mis espaldas algo estalla y me ensordece. No sé qué es, aún no lo aprendo, sólo sé que me deja temblando. Mucho tiempo tiemblo. Se me mete el temblor adentro y ya no lo saco. A doce tenemos que amontonar después del ruido. Los arrastro. Los pongo mirando para arriba. A más de uno le acomodo sobre el pecho una mano o una pierna y ahí los dejo, en un rato estarán duros.
De noche es peor porque no ves nada. Si estás afuera escuchas las balas que pasan cerca, pero no sabés cuánto. En mi agujero nadie quiere salir ni a orinar, nos aguantamos, algunos se hacen encima, más por el miedo que por las ganas. Nadie les dice nada y estamos cada vez más sucios entre el barro, la sangre y nuestros propios orines. Ahora somos sólo tres. El Tucumano salió hace dos días. Intentaron ir con el Negro para los cuarteles pero este volvió solo, agarrándose las tripas. No nos pudo contar nada porque se desmayó a unos metros y ahora lo estamos cuidando, no creo que la pase.
Juan, guardé todas tus cartas de esos meses, y ahora las traje acá conmigo. Las leo otra vez, como cientos de veces antes, pero ahora acá, donde vos estabas. Después supiste lo que era el ruido, y aprendiste a escucharlo desde lejos, a correr, a meterte a cualquier madriguera.
Aunque cayese sobre cadáveres, aunque en ese pozo ya estuviesen todos duros. Eso no importa. Lo que importa es tirarse cuerpo a tierra. No ser blanco de los misiles, ni de las ametralladoras que desde los vuelos rasantes te buscan y si no te encuentran igual rompen el suelo. El olor es siempre el mismo, a pólvora, a carne quemada. Adentro y afuera.
Es mejor no pensar, o pensar en vos, en volverte a ver cuando esto termine. En irte a buscar a la salida del colegio. Aguanté imaginando tu olor, tu saliva dulce, hasta que el ruido y los gritos pasaron y pude salir de esa conejera y correr hasta la mía, dejando a esos duros con sus olores rancios que ya no huelen.
No tenés que asustarte por las cosas que te cuento, yo estoy bien. Cada vez entiendo más como funciona. Es mejor quedarnos adentro, en el pozo. Ahora somos tres otra vez porque vino un pibe nuevo dos días después de que dejamos al Negro junto a los otros. Parece buen tipo, tiene un mazo de cartas y nos la pasamos jugando al truco gallo.
Por fin estoy acá Juan, recién ahora puedo, recién ahora me dejan, estoy mirando las cruces blancas. Todas iguales. Tengo tus cartas, me traje tus recuerdos. No sé donde estás y este viento que no para.
Juan, porqué no volviste conmigo. Por qué te quedaste con los duros, con los que miran para arriba sosteniendo en el pecho una mano o una pierna.
Quiero agacharme y arar la tierra con mis manos y encontrar tu madriguera de cruz vacía y abrazar tus huesitos y besarlos y traerlos hasta mi pecho, a los bolsillos de mi guardapolvo blanco.
Mariana Viñas
Apenas bajé pude ver todo lo que me contabas. Cada cosa. El cielo no es azul, es gris. Limpio, pero gris. El viento permanente, eterno. Puede volverte loco. Si cierro lo ojos y sólo escucho su silbido puedo sentir lo que me describías en tus cartas.
A mis espaldas algo estalla y me ensordece. No sé qué es, aún no lo aprendo, sólo sé que me deja temblando. Mucho tiempo tiemblo. Se me mete el temblor adentro y ya no lo saco. A doce tenemos que amontonar después del ruido. Los arrastro. Los pongo mirando para arriba. A más de uno le acomodo sobre el pecho una mano o una pierna y ahí los dejo, en un rato estarán duros.
De noche es peor porque no ves nada. Si estás afuera escuchas las balas que pasan cerca, pero no sabés cuánto. En mi agujero nadie quiere salir ni a orinar, nos aguantamos, algunos se hacen encima, más por el miedo que por las ganas. Nadie les dice nada y estamos cada vez más sucios entre el barro, la sangre y nuestros propios orines. Ahora somos sólo tres. El Tucumano salió hace dos días. Intentaron ir con el Negro para los cuarteles pero este volvió solo, agarrándose las tripas. No nos pudo contar nada porque se desmayó a unos metros y ahora lo estamos cuidando, no creo que la pase.
Juan, guardé todas tus cartas de esos meses, y ahora las traje acá conmigo. Las leo otra vez, como cientos de veces antes, pero ahora acá, donde vos estabas. Después supiste lo que era el ruido, y aprendiste a escucharlo desde lejos, a correr, a meterte a cualquier madriguera.
Aunque cayese sobre cadáveres, aunque en ese pozo ya estuviesen todos duros. Eso no importa. Lo que importa es tirarse cuerpo a tierra. No ser blanco de los misiles, ni de las ametralladoras que desde los vuelos rasantes te buscan y si no te encuentran igual rompen el suelo. El olor es siempre el mismo, a pólvora, a carne quemada. Adentro y afuera.
Es mejor no pensar, o pensar en vos, en volverte a ver cuando esto termine. En irte a buscar a la salida del colegio. Aguanté imaginando tu olor, tu saliva dulce, hasta que el ruido y los gritos pasaron y pude salir de esa conejera y correr hasta la mía, dejando a esos duros con sus olores rancios que ya no huelen.
No tenés que asustarte por las cosas que te cuento, yo estoy bien. Cada vez entiendo más como funciona. Es mejor quedarnos adentro, en el pozo. Ahora somos tres otra vez porque vino un pibe nuevo dos días después de que dejamos al Negro junto a los otros. Parece buen tipo, tiene un mazo de cartas y nos la pasamos jugando al truco gallo.
Por fin estoy acá Juan, recién ahora puedo, recién ahora me dejan, estoy mirando las cruces blancas. Todas iguales. Tengo tus cartas, me traje tus recuerdos. No sé donde estás y este viento que no para.
Juan, porqué no volviste conmigo. Por qué te quedaste con los duros, con los que miran para arriba sosteniendo en el pecho una mano o una pierna.
Quiero agacharme y arar la tierra con mis manos y encontrar tu madriguera de cruz vacía y abrazar tus huesitos y besarlos y traerlos hasta mi pecho, a los bolsillos de mi guardapolvo blanco.
Mariana Viñas
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